Cada uno muchá
Creo que escribir sobre política nunca me motiva; tiendo a evitar cualquier contacto con el tema en parte, a los prejuicios que el pésimo ejercicio político ha generado en mí.
El spam proselitista entra bajo la puerta de mi casa cada semana desde hace varios meses, grupos de personas dedican procesiones a su candidato de mentira, muchos carritos de propaganda improvisada se roban el silencio dominical que tanto caracteriza a mi barrio. Honestamente quiero que todo esto se termine, quiero volver a ver las calles de la ciudad sin tanta porquería; o al menos, sin tanta porquería política. Me pregunto si toda esa basura servirá de algo para que el país mejore, si habrá menos gente muriéndose de hambre, si tanto rostro feo espantará a los delincuentes y los guatemaltecos podrán ir de su casa al trabajo con tranquilidad. Me pregunto si realmente queremos que éste país cambie o si nos da igual. Si las elecciones son un mero capricho, una cortina de democracia raída para disimular nuestro salvajismo ante la «civilización moderna». Y si en realidad hemos perdido el rumbo pero no nos damos cuenta.
Faltan sólo cuatro días para que Guatemala dé otro paso hacia la incertidumbre ubicua que pasivamente observaremos por televisión. Para bien o para mal, estamos frente a un tren que no se detendrá, queda en las manos ingenuas o críticas de cada uno el destino de este cuerpo tan lastimado que es nuestra nación. Quiero salirme un poco del cliché columnista sobre lo bueno o lo malo de las elecciones, la política y demás. Dar un voto no necesariamente significa esperar que alguien más haga algo por el país. Los votos se dan con las manos; las manos que hacen trabajos, las que mueven el mundo, las mismas que están al final de tus brazos.