Aprovechando un ratito libre para notitas "novembrinas"

Noviembre es un mes delicioso, nunca me cansaré del viento, las tardes de sombras largas y sol naranja, de lo mejor para salir a leer o para darle un beso a tu novia y respirar el mismo vaporsito mientras los dos sonríen. Personalmente no me gusta perderme de tal experiencia, amo las tardes de éste mes, tienen detalles muy especiales, sin embargo, estoy obligado al confinamiento ya sea por trabajo o por sado personal. Me siento un jaguar encarcelado para el deleite humano y vaya que debo dar deleite a cierto público maldecido.

Últimamente he pasado de ser un graffitero más en la ciudad a ser colaborador en un acilo de ancianos y de allí a amo de casa o chófer; y es que éstos días han sido de carreras por aquí y por allá, ando como garabateado por un lapicero gigante. Por ahora mi principal objetivo es terminar en buen plan el último trimestre del año en la universidad; lugar que me ha enseñado cantidades de cosas, una ellas la mediocridad ("retened lo bueno y desechad lo malo", ahora entiendo mejor esa frase). Empero no todo mi tiempo va dedicado a “estudiar”, coordinar proyectos y demás trivialidades de la vida estudiantil, también he continuado mi auto-descubrimiento como lector, escritor, dibujante y otras gracias que me fueron otorgadas por la divinidad divinamente divina del titiritero y sus hilos o quién sé yo. Éstas últimas actividades son por demás placenteras, llenadoras e interesantes, son el pequeño motor de vapor de este buque interestelar. Sea una u otra la causa, el tiempo parece ir volando —como perseguido por el diablo— diría mi madre; aunque la sensación de “super huida del tiempo” no inicia con el mes de noviembre, en realidad empieza a finales de octubre donde el año se va de trompa hacia su fin. Supongo que éste sentir es de algún modo una remembranza de los años de colegio, (años de niño), cuando queríamos que las vacaciones nunca terminaran y tristemente era lo que más rápido pasaba en el año.

Por aquellos días, era fácil andar lejos del mundo, salir al parque o dar paseitos en el zoológico eran necesidad y no sabíamos ni cómo, ni dónde, ni con qué llegar, pero llegábamos y todo parecía armonioso en esa dimensión que, de cualquier forma siempre visitamos bajo la etiqueta de poetas, eso si, arrastrando el peso del “mundo adulto” como sombra obligatoria.
De niños queremos ser adultos, de adultos queremos ser niños, —de escritor quería ser niño— leí una vez. Las añoranzas por el buen pasado (si es que hubo alguno), siempre están presentes en los días de nostalgia o reflexión, y precisamente de éste tipo de días está colmado el fin de año, la razón fehaciente aún la desconozco pero así es. Cuando pienso en todo ésto a veces me lamento, siento que no debería estar aquí, debería andar en la calle a ésta hora, andar de patechucho, vivir como patojo, y dejar que todo fluya, pero no, heme aquí sobando el teclado, perdiéndome del fulgor de la tarde y su enigmático frío, dejando morir un fragmento de noviembre que nunca más volverá a existir, en fin...

A medida que pasan los días, retomo viejas prácticas, bebo una cerveza, deambulo solitario un día domingo, busco qué más hacer, (porque qué hacer siempre tengo), me pregunto sobre el futuro, el pasado, a veces me rasco los “y si hubiera” pero luego se me caen como costras viejas, porque qué sentido tiene andar viviendo en el “hubiera”, es meramente un espejismo para matar el tiempo que, maldita sea, agoniza desde el día en que nació. Con todo ésto, no pretendo generar lástima o subrayar que mi vida es aburrida, para nada; la disfruto plenamente, de cualquier modo siempre existen momentos donde uno se pone a pensar, reflexiona y hasta cuestiona el dónde y el por qué de todo, momentos en que dejamos de ser niños y los baldes de agua de la patria o el mundo o el universo éste, nos dan chicotazos en la cara y en las nalgas bien abiertas.

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