Algunas costumbres mías

Hay regular cantidad de gente, todos desconocidos para mí, excepto Martín que llega luego de un rato (a su novia no la reconozco hasta buen tiempo después). Platicamos fragmentos de pláticas; y mientras el frío se vuelve nosotros, comprendo que todos somos tímidos, todos en esta reunión (al menos así lo percibo). Martín parece algo apenado de verme. Incluso Wingston parecíame una postal de mí mismo cuando niño. Nervioso coloca un cartel enrrollado entre las patas de una silla, asoma la mirada temeroso y quedóse sentado frotando sus manos una contra otra. No obstante todo ello sólo existió hasta antes de transformarse en Winglocura y escupiendo sus textos a la noche el aire se volvió una sopa de metáforas. Al terminar su lectura, Wingston desvaría andando de aquí a allá y se retira como tímido y solitario niño. Más tarde acierto a pensar que se dirige al Centro Cultural Los Chocoyos, pues comentará el libro de Carmen Lucía Alvarado “imagen y semejanza”. Luego los demás poetas nos alimentan con sus textos y todo transcurre dentro de la normalidad poética por lapso de hora y cuarto o algo así.

Al quedar despedidos doy un adiós a Martín, díjele algo sobre verlo el día de mañana, chocamos las manos y me adentro a la no muy recta calle del frente. Allí observo el florecimiento de detalles imposibles durante el día. La noche es otro universo que damos por sentado la mayoría del tiempo. Camino como tieso, el frío me tiene entumecido. Avanzo otro poco y al lado derecho de la calle un pizarrón pregona el menú para la cena: “Tortillas Ninja a 15 quetzales”. Simplemente no puedo mantener mi habitual cara de amargado, la leyenda me causa gracia y río un poco, el gringo detrás del mostrador me ve y hace igual, continúo mi camino pensando que, más tarde escribiré tal curiosidad.

Que ¿qué pretendo? Me pregunta pepe grillo o satanás o algún alien infiltrado. Pues pretendo calentarme  caminando; respondo, al tiempo que imagino a la gente de la calle como mis amigos y conocidos más cercanos. Es inevitable, de algún modo este pensamiento ayuda a lidiar con la caminata sin compañía a estas horas. Unos 15 minutos después llego a una esquina cercana al teatro municipal, en ese lugar venden pizza y se me antoja una porción. Sin dudar me compro una, la devoro casi violentamente, por el instante que dura una mordida me siento de nueve años otra vez. Camino y como, camino y como, mi casa aún esta lejos, cada vez hay más frío y mi alimento se termina. Siento calma, anti-calma o emoción por escribir esto que estoy viviendo, esto que estoy pensando. Ansío hablar con mis amigos, contarles algunas cosas que pasaron durante el día, durante la tarde y mi vivencia de la noche todo esto se proyecta en mi cabeza cuando cruzo el puente de la cuesta blanca, el tráfico es un maldito embrujo móvil; yo, un recuerdo que nunca existió y la soledad, un vicio que no me quiero puedo curar.

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