Desmaterializaciones
Hace algún tiempo participé en un conversatorio sobre «libros objeto». Uno de los panelistas comentó que algunas personas compran libros solo por la portada o por su aspecto «fuera de lo común» aunque ellas hablaran, por ejemplo, inglés y el libro estuviese en español. Claro, valorar al objeto como tal es una cosa. Pero, para comprar libros solo por su portada mejor dediquémonos a fabricar libros con buenas portadas y hojas en blanco.
Sé y comparto el principio de diseño que establece que una buena portada, buena diagramación de interiores y buenos materiales en una edición hacen más deseable cualquier ejemplar y producen una experiencia de lectura mucho más cómoda que leer un libro en una de esas ediciones de fotocopia y pasta a dos colores. Según algunos amigos, nada se compara a hojear un libro, hacerle anotaciones, oler el papel, llevarlo a todas partes. Para mí es suficiente que el texto sea legible y el formato del libro cómodo para la lectura por períodos prolongados. Sé por experiencia y por principio de diseño que las portadas están hechas para «vender» o mejor dicho: engañar al consumidor. Todos somos consumidores, todos estamos a merced de las artimañas de la mercadotécnia y el diseño gráfico. Tomémonos un momento para reflexionar: ¿Qué estamos logrando al valorar más una portada, un soporte físico, mientras menospreciamos el contenido, la literatura, el alma que habita en los libros? Yo carezco del buen hábito de coleccionar objetos, y por consiguiente de conservar libros solo por su «bonito» aspecto. Me interesa lo que dicen, lo que yo pueda encontrar en ellos, lo que ellos tengan para encontrar en mí y, si de paso, se ven bien pues qué mejor. Creo que es peligroso desviar la atención de lo verdaderamente importante.
Considero que la tendencia a futuro es la desmaterialización de las cosas. Me gusta imaginar que dentro de algunos años será posible «descargar» una conciencia humana completa a un disco duro o subirla a la nube. En nuestros días ya podemos ver acercamientos claros a esta idea: en la música el triunfo del mp3 y otros formatos digitales sobre los discos de vinilo y los cedes; en las películas el triunfo de plataformas legales e ilegales sobre los formatos VHS, DVD y BlueRay o en las relaciones interpersonales la revolución que han provocado las redes sociales. En el caso puntual de la literatura: el libro electrónico.
Desde mi perspectiva, es mucho más cómodo poseer un dispositivo capaz de almacenar cientos de libros que tener la misma cantidad de títulos apilados en la casa, todos ellos vulnerables al polvo, la humedad, los insectos. En un libro electrónico, la portada también cumple una labor mercadológica, pero por la naturaleza del libro, que en esencia es texto puro, las portadas pasan a segundo plano, uno busca el libro por lo que contiene independientemente de si la portada o el «objeto» es maravilloso o no, del mismo modo que uno escucha canciones en spotify porque le gustan y raras veces porque la portada del disco o la cajita sea buena. En el libro electrónico también es posible hacer anotaciones, «poner» separadores y subrayar. Lo justo para estudiarlo. Imagino que los niños del futuro se burlarán de esos soportes tan primitivos y pesados que podían almacenar solo un libro en tantas hojas de papel, qué ineficiente, dirán. Siempre habrá románticos que extrañarán los libros tradicionales y no los cambiarán nunca. Probablemente quienes amaban los magníficos papiros enrollados pensaron lo mismo mientras veían a esos extraños objetos rectangulares hacerse con más espacio en las bibliotecas.
Publicado originalmente en
revista EsQuisses
Guatemala, C.A.
Sé y comparto el principio de diseño que establece que una buena portada, buena diagramación de interiores y buenos materiales en una edición hacen más deseable cualquier ejemplar y producen una experiencia de lectura mucho más cómoda que leer un libro en una de esas ediciones de fotocopia y pasta a dos colores. Según algunos amigos, nada se compara a hojear un libro, hacerle anotaciones, oler el papel, llevarlo a todas partes. Para mí es suficiente que el texto sea legible y el formato del libro cómodo para la lectura por períodos prolongados. Sé por experiencia y por principio de diseño que las portadas están hechas para «vender» o mejor dicho: engañar al consumidor. Todos somos consumidores, todos estamos a merced de las artimañas de la mercadotécnia y el diseño gráfico. Tomémonos un momento para reflexionar: ¿Qué estamos logrando al valorar más una portada, un soporte físico, mientras menospreciamos el contenido, la literatura, el alma que habita en los libros? Yo carezco del buen hábito de coleccionar objetos, y por consiguiente de conservar libros solo por su «bonito» aspecto. Me interesa lo que dicen, lo que yo pueda encontrar en ellos, lo que ellos tengan para encontrar en mí y, si de paso, se ven bien pues qué mejor. Creo que es peligroso desviar la atención de lo verdaderamente importante.
Considero que la tendencia a futuro es la desmaterialización de las cosas. Me gusta imaginar que dentro de algunos años será posible «descargar» una conciencia humana completa a un disco duro o subirla a la nube. En nuestros días ya podemos ver acercamientos claros a esta idea: en la música el triunfo del mp3 y otros formatos digitales sobre los discos de vinilo y los cedes; en las películas el triunfo de plataformas legales e ilegales sobre los formatos VHS, DVD y BlueRay o en las relaciones interpersonales la revolución que han provocado las redes sociales. En el caso puntual de la literatura: el libro electrónico.
Desde mi perspectiva, es mucho más cómodo poseer un dispositivo capaz de almacenar cientos de libros que tener la misma cantidad de títulos apilados en la casa, todos ellos vulnerables al polvo, la humedad, los insectos. En un libro electrónico, la portada también cumple una labor mercadológica, pero por la naturaleza del libro, que en esencia es texto puro, las portadas pasan a segundo plano, uno busca el libro por lo que contiene independientemente de si la portada o el «objeto» es maravilloso o no, del mismo modo que uno escucha canciones en spotify porque le gustan y raras veces porque la portada del disco o la cajita sea buena. En el libro electrónico también es posible hacer anotaciones, «poner» separadores y subrayar. Lo justo para estudiarlo. Imagino que los niños del futuro se burlarán de esos soportes tan primitivos y pesados que podían almacenar solo un libro en tantas hojas de papel, qué ineficiente, dirán. Siempre habrá románticos que extrañarán los libros tradicionales y no los cambiarán nunca. Probablemente quienes amaban los magníficos papiros enrollados pensaron lo mismo mientras veían a esos extraños objetos rectangulares hacerse con más espacio en las bibliotecas.
Publicado originalmente en
revista EsQuisses
Guatemala, C.A.