Todas nuestras luchas se llaman Guatemala

Estaba cansado, en la mañana fui a la universidad, después a pedir trabajo y me sometí al papeleo que eso requiere. Comí algo a las dos. Al llegar me pareció que había poca gente en el parque. Busqué caras conocida. Nadie. Pasaron unos minutos. En medio de la pequeña multitud que empezaba a formarse vi a Pacheco. Me acerqué a saludarlo. Hablamos un momento. Luego apareció Marvin y Karla. Después Marco, Pablo y Anaité, Melo, María René, Marjorie... la marcha comenzaba. Parecía posible que Guatemala estuviera despertando luego de ser trepanada. Todos los que hemos sido sometidos a ese procedimiento, o a casi cualquier tipo de cirugía, sabemos qué es despertar con el dolor en los huesos, ver la aguja en la vena, la bolsa de suero, la habitación. Eso era el país, por fin, los ojos dejaban entrar algo de luz; aún heridos, con la sed y el sabor amargo en la boca, estábamos vivos, Guatemala estaba hermosamente viva y el dolor nos lo confirmaba.
«Ya no tenemos temor, porque nos han robado todo, hasta el miedo», «vamos, patria a caminar; yo te acompaño», «estamos hartos». La multitud unía sus voces como olas chocando contra las piedras en Atitlán. Cuanta rabia. Cuanta verdad. Una mujer aplaudía desde su puesto de golosinas sobre la 12 avenida. En las astas del parque ondeaba un reclamo. Los niños, por primera vez, salían a ver que era posible tomar la calle para gritar de indignación, demandar justicia, saber que esta tierra somos nosotros. Yo gritaba, mis amigos me acompañaban, también era la primera vez de mi vida. Atardecía sobre Xela, el sol brillaba como si aún fuera posible el amor.
Fotografías: Henning Sac

Publicado originalmente en
revista EsQuisses
Guatemala, C.A.

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