Me cuesta platicar
Yo también soy de esos
que sueñan historias incompletas
tachan palabras correctas
piensan que 1 más 1 es 11
Ven la lluvia ajena cuando están adentro
le inventan nombres y razones
pero cuando deben estar bajo ella
la reducen a molestia
Isabel Rosales
que sueñan historias incompletas
tachan palabras correctas
piensan que 1 más 1 es 11
Ven la lluvia ajena cuando están adentro
le inventan nombres y razones
pero cuando deben estar bajo ella
la reducen a molestia
Isabel Rosales
Conversar es una de mis actividades favoritas y, a la vez, una de las que requieren mayor esfuerzo para mí. Ser introvertido le pasa a uno factura toda la vida. Recuerdo la plática que tuvimos con un amigo semanas atrás. La cuestión era la importancia de aquellas cosas que nos hacen la vida más soportable. —Yo creo que todo nuestro mundo depende de la tecnología.— Le decía yo. —Ponete a pensar, si a alguien no se le hubiese ocurrido mezclar carbón con arcilla, comprimirla y ponerla entre dos laminillas de madera y otro más no hubiese dedicado su vida a procesar pulpa de madera para hacer papel, jamás habríamos conocido la obra de Hemingway, por ejemplo. Sin el soporte tecnológico, ni el arte, ni la cultura, ni nada de los que no permite vivir como vivimos hoy sería posible. Bendito sea el primer humano que empuño un fémur y lo usó como herramienta.—
Es cierto que debido a esos avances toda la cosa se ha cagado últimamente. Por ahí desfilan el despilfarro, la avaricia y todas esas cosas que nos tienen tan jodidos. La humanidad es una historia de terror, nada más. Sin embargo estoy convencido de que todos debemos admirar y aun envidiar a los científicos, los inventores, los técnicos. Muchos de nosotros ya estaríamos muertos sin las vacunas, sin alguna operación que nos salvó la vida, sin la música que, gracias a los transistores, todos llevamos en nuestros teléfonos. Para algunos debo sonar como el más absoluto materialista, perdón por eso, pero usted me lee gracias a una máquina que también sirve para escribir y para mil cosas más, una máquina que mentes visionarias concibieron y cuya poesía se escribe con pulsos eléctricos.
No se puede ser todo sentimiento, también hay que ser funcionales. Es allí donde a veces pienso en la banalidad de tantas «disciplinas» que aportan muy poco al desarrollo, al avance. Cuando estudiaba el último año de la universidad, reflexioné mucho sobre lo que significa ser diseñador gráfico en mi país. Mi trabajo consiste en hacer logotipos, vender X o Z producto manipulando la mente de la gente con colores y tipografías, tomarle fotos a tal modelo para promocionar la nueva línea de zapatos o cualquier pendejada que se le ocurra al libre mercado. Todo eso me pareció tan superficial y vacío. Pensé tantas veces en que no le estaba salvando la vida nadie, ni estaba enseñándole a leer a mi gente, ni nada. Debí ser doctor, como decía mi madre, al menos vería a pacientes felices caminado otra vez luego de una fractura en el tobillo y no a una modelo volverse histérica porque la «nalu» todavía no la ha llamado. Aquellos días no eran alegres, y si de algo sirve la poesía, es para encontrar la luz en medio de esos cataclismos.
Admiro mucho a mis amigos que estudian medicina, a mi padre, a los biólogos, a los que en este país se atreven a innovar y tecnificar procesos, a los que inventan y comparten lo que saben con el resto de nosotros porque de aprender y enseñar solo los muertos se cansan. Repudio (sí, aunque se oiga a discurso politiquero) a los que se aprovechan de los que no saben, porque desgraciadamente para eso sirven la mayoría de profesionales en este país. A los que creen que hacen grandes cosas y en realidad no hacen nada (ojo diseñadores, colegas míos). Convertirnos en creadores es fundamental, esa es la consigna. Aportar algo y más aún si es en campos científicos, es de las cosas más nobles que cualquier humano puede lograr.
El sol se pone sobre la ventana como un gato transparente y naranja. Recuerdo otra conversación con otro amigo, esta es todavía más lejana. Hablamos sobre las estrellas, los túneles de gusano, los agujeros negros. Ver el cielo es observar el pasado, esto debido al tiempo que le toma a la luz atravesar las descomunales distancias del universo. La física cuántica es de las cosas más parecidas a la poesía o quizá es al revés. Borges, Sábato o Hawking tal vez puedan sacarnos de la duda, algo de matemática tampoco vendría mal. Los versos más hermosos que todavía no conocemos seguramente se encontrarán en lugares insospechados como las cadenas de ADN, los circuitos integrados o las misiones espaciales. Yo solo sé decirles que en la ciencia y la tecnología está lo poético, lo funcional de la vida, lo porvenir y por ello debemos alegrarnos.