Domingo, tercer día

La fiesta se desangra en vasos de duroport y bolsas de nailon por la calle. Desolación y mareo, nada más que eso mientras recorro en bicicleta el lecho de mi ciudad anfibia. Pienso en lo que mi padre me contó el martes pasado. El hombre partido en dos por un camión que le había pasado encima, pienso en él y en la angustia que habrá sentido durante el tiempo que le tomó a la muerte pegarle una mordida, pienso en él cuando veo las hileras de borrachos tendidos en las aceras. La lluvia me picotea, cada vez con más furia. Unos estudiantes tocan la trompeta, no me sé el nombre de la pieza, pero es una de derrota, ya la he oído antes, probablemente usted tenga una sonando justo ahora en lo más cierto de la memoria.

Avanzo por la ruta de siempre hasta la calle Rodolfo Robles, ahí los camiones le pasan a uno a centímetros del cuerpo. Te sabés frágil y desamparado, te sabes ciudadano de este accidente. Los seres con alas son unos cobardes, pienso. Un hombre le grita a otro por cruzarse enfrente de su carro, una mujer levanta sobre su cabeza una bolsa en apariencia pesada, las aves ya están escondidas en una cornisa. En casa me esperan lejos, quiero mudarme pero no tengo suficiente dinero, no todavía. Anoche le juré amor a alguien mientras me durara la borrachera. Ahora estoy en silencio frente a un cruce y solo pienso, nada más. Imagino que esto es a lo que suelen llamar vacío, eso que queda después de las celebraciones alocadas, pero yo no lo siento así porque reflexiono y no me hace falta buscar a dios. Casi nadie lo entiende y me importa poco que no hagan. Soy feliz reflexionando sobre dos ruedas, eso me basta.

Comienzan a dolerme los brazos, es el frío y el exceso de alcohol. Acelero, quiero llegar pronto a casa. Paso de nuevo sobre el puente de la cuesta blanca, hace unas horas caminamos por ahí con Marco y Pablo. Las dos de la mañana estaba tan poblada de seres en búsqueda de sueño o algo que se le pareciera. Hoy desperté temprano, no duermo bien cuando estoy alcoholizado. Me consuela saber que la ciudad también está desvelada.

Desde la seguridad de mi casa veo cómo la lluvia arrecia. Parece que el universo nos concedió un par de días sin aguaceros para celebrar. Yo brindo por eso. Desde donde me encuentro puedo ver hacia el oeste de la ciudad, los pinos meciéndose bajo las gruesas gotas y algunos pájaros que vuelan de copa en copa, como demostrándome que no todos los de su clase son cobardes. Le doy un buen mordisco a mi emparedado y me río un poco. No me habría gustado mojarme tanto ayer, qué feo. Yo no celebro a la patria, ni a la independencia, nunca me han gustado los desfiles y los concursos de belleza. Sin embargo, a pesar de todo lo que ocurra en este país-experimento, vivir compensa y eso sí que merece celebrarse.

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