Metáfora - Travesía 2012
Salimos con dos horas de retraso de Quetzaltenango; en el auto de Héctor suena «Amor prohibido» de Selena. Al llegar a Guatemala, obligados por el sobre-calentamiento del carro decidimos detenernos por al menos media hora en una gasolinera de la calzada Roosvelt. Tratamos de enfriar el radiador añadiendo algo de agua, no podemos hacer demasiado, así que Héctor, Pancho y yo vamos a comprar algunas provisiones a la tienda de la gasolinera. Al salir me topo con una sorpresa non grata. Varios agentes de la policía registran el carro. Marvin dialoga con ellos. Al parecer un automóvil negro parqueado desde hace más de 25 minutos desconfigura el entorno del lugar y levanta sospechas. Nos hacen una requisa, mientras comemos y bromeamos con los agentes. Sólo podemos esperar que no nos pidan «mordida» o que nos lleven bajo arresto, en especial a mí, que soy el único del grupo sin identificación y con apariencia —según entendí por la pregunta que un oficial me hizo— de menor de edad.
El pequeño cateo pasa sin mayor complicación pero nos recuerda que en ésta ciudad la paz y la tranquilidad son bienes de contrabando. Edgar nos cuenta, ya puesto el carro en marcha, que por situaciones relacionadas con la carne y el elixir embotellado cargaba una jodida molestia de ácido úrico en la pierna, que según él «no le deja chingar a la mara como es debido»; pero que los chontes al verlo «lisiado» dejaron a un lado su previsible actitud de encabronamiento y se portaron buena onda. Finalmente vamos camino a la casa de un amigo que trabaja en un colectivo de artistas muy importante en la ciudad, allí conversamos sobre los proyectos que planeamos para éste año. Nos hacemos de buenos consejos e instrucciones sobre qué trabajar, es por ésto que hemos viajado 210 kilómetros, lo inesperado fue que el trip recién iba a comenzar.
Manejar en la ciudad de Guatemala es algo que en mi pueblo se mitifica demasiado. Recuerdo anécdotas de patojos en el colegio contando que habían manejado en guate y eso, para todos los atónitos era como pilotar una nave de aquí a marte. Seguramente así lo sentimos todos cuando me tocó conducir el carro desde el centro de la ciudad hasta el aeropuerto y desde allí hasta el apartamento del buen Gary, un amigo que conocí en éste viaje y debo decir de él que es todo un «corazón de león». Al día siguiente continuamos con las labores sin la compañía de Pancho que tenía otra reunión en una universidad famosa por sus altos costos de matrícula y sus parqueos llenos de vehículos bien caqueros. Por la tarde nos dedicamos al ocio, la cinefilia, la plática y la comida en casa del buen Gary.
El sábado partimos a eso de las 11 de la mañana de la ciudad. Llevábamos la moral en alto por haber logrado muchas cosas buenas; con nosotros iba Martín que antes de salir del carro nos dejó dada la bendición a modo de parodia, como lo hacen en las radios cristianas piratas. Ya en carretera tuvimos un traspié, el carro comenzó a sobre-calentarse, a la mitad de la nada no quedaba otra que detenernos un rato, ver bajar la aguja de la temperatura y luego avanzar esperando que el motor no se fundiera.
Casi no llegamos a un remedo de pueblo donde buscamos un mecánico, allí Pancho y Héctor hallaron a un personaje de lo más singular. Una mezcla entre Chuck Norris y el jefe de una tribu amazónica —que entre bromas, dedujimos tenía tendencias caníbales— Estamos todos preocupados, menos Marvin —o al menos eso aparenta y lo hace bien— Tras negociar con Chuck Norris, lo contratamos para que nos remolque hasta Xela. En el trayecto nos la pasamos molestando bien de agüevo pero todos sucumbimos al sueño o a las altas dosis de dióxido de carbono que a grúa exhalaba. Al llegar a Xela nos sentimos aliviados, estamos en casa. Pancho nos invita a comer emparedados de jamón y lasaña en su casa, partimos, acordando vernos mañana. Héctor me dice mientras caminamos hacia la parada del bus que vender el BlackBerry usando las redes sociales es más beneficioso que doloroso; concuerdo con él. Olvidé mencionar que con el dinero de la venta se pagó la grúa. El carro de Héctor está con Pancho no andará hasta que lo reparen. Ya en el bus una canción de los Tigres del Norte cierra la banda sonora del día, Edgar sonríe y luego bajan con Héctor en la parada cercana a la cervecería, yo me bajo tres cuadras más adelante. Una muchacha que parece estar orando se sienta a mi lado. Mientras camino por la ciudad pienso en mi familia, un viaje de 15 dólares puede hacer mucho por uno, como sanarte el alma por ejemplo o ponerte a pensar en el futuro y sus muchas aventuras; en todo caso, sospecho que estoy en pleno viaje lleno de sueños con la frase «cuando salga el proyecto» escrita en el capó.