Incomprensión sabatina
De pronto todo lo agradable de la semana desaparece y yo me pregunto ¿por qué chingados estoy en medio de este tedio absurdo? Nadie responde, pero todos ríen en la minúscula habitación blanco hueso. La cañonera emana un aura calurosa, mi compañera pone su usual cara de odio; se queja de un dolor ventral producto del sándwich dudosamente preparado que comió ayer en el Balcón del Enriquez. Bromeo con otro amigo, es la única forma de sobrevivir en este ambiente casi uterino. El licenciado en turno habla ingenuamente, camina como recorriendo la pizarra, hace anotaciones; no hablamos el mismo idioma.
Entonces despierto, me transmuto, me vuelvo reptil, ignoro las provocaciones de celos, las risitas hipócritas de la chica y sus indirectas bien directas. Una especie de payaso dibuja su sonrisa en mi propia cara, zapateo varias veces, la puerta está cerrada a la usanza de los bares de mala muerte. Un poblado muy guatemalteco proyectado en la pared nos atolondra, todos hacemos como que nos gusta, pero seamos honestos, muy en el fondo algo parecido a la vergüenza se pega electroshocks.
Redundo y envidio, con presidiaria envidia el estar fuera a estas horas un sábado; quizá falte la próxima semana aunque soy algo cobarde para capiarme de la universidad, sin mencionar que es un gasto que merece la pena “aprovechar” porque no hay nada más saludable que adorarnos el gesto con los pantallazos azules de la compu del profe. No obstante aquí sigo pretendiendo ser feliz (pienso yo) mientras vivo el momento más vacío, roto e incongruente de mi semana.