La plaza
El sábado comienza tarde, igual que la vida. Los destinos de siempre se atestan de hipsters, hippies, happies y demás lacra con “h”. Por allí, un predicador ensaliva la esponja de su micrófono, dos perros lo acompañan, tres niños aspiran de la misma bolsita. Por allá, varias parejas compran felicidad-em-pa-ca-da; se alcanza a leer “Givenchy” en una caja marrón. Y por aquí, hombres empujan carretas, como huyendo de los vehículos que vierten a sus enjaulados en las calles, cada quien busca refugio, cada quien parasita como puede, cada quien elije el infierno que más le guste.