Año nuevo

A mi padre y las caminatas del viejo.

Añejar una noche los recuerdos. Añejar más seguido, añejar la vida de todo un pueblo. Latir apresurado con el temblor de las tres de la tarde, salir en compañía de mi padre, conversar sobre la soledad de un dos de enero. Caminar por el mercado, recorrer el silencio habitante de un bus de parrilla a la velocidad de la pausa. Detenerse. Observar: extranjeros canches, aspirantes a extranjeros canches, niños, viejos, globos de colores, vasitos de duroport, cajas de pollo frito.
Desde el barrio la democracia pasamos fácilmente de la “zona moderna” a la “zona antigua”, la descongestión del día facilita el paseo. Dan ganas de decir que la tarde fue hecha para uno, dan ganas de verdad. El clima parece el de un desierto. Es difícil estar cómodo estos días, hace mucho frío o mucho calor pero nada término medio, qué feo. Los arboles, algunos pelones otros verdes, nos escoltan en algunos remedos de bulevares.

El centro hierve, "está alegre" como decían los abuelos. El parque, más concurrido que de costumbre nos resguarda en sus bancas. Una joven me observa curiosa. Repite el gesto varias veces, parece ir acompañada de la abuela quien también me observa. Sonrío. En otro universo vivimos felices, nos conocemos desde hace años. En otro universo las cosas son iguales pero diferentes (como los años 90’s ¿verdad vos?). De repente quiero hablarle, me hipnotizan sus ojos verdes, casi felinos. Son las cinco y diecisiete, suenan las campanas en la catedral. Como un helado, ella se aleja. Avanzo, o quizás sólo creo avanzar, todo calla, no importa parecer vivo, no importa. Atrás queda, la quinta calle y su bella acompañante. 

La tarde es naranja vivo, sin aviones, con pocas nubes. Lo que pega de sol basta para quitarse el entumecimiento adquirido en la sombra. Platico con mi padre mientras recorremos la cuesta de la doce avenida, imaginamos las cientos de historias de construcción y destrucción que ha visto el lugar. Hay casonas a ambos lados, algunas de ellas con más de cien años. El lugar es pintoresco y el día de hoy en particular, muy solitario. La “ciudad”, con ese título meramente impuesto; sigue siendo un pueblo tímido, un campirano de mejillas rojizas como los duraznos que el árbol de mi casa no da desde hace dos años. Continuamos por la ruta de siempre, las postales se repiten pero con más frío y menos tráfico. El cielo herido, su carne negra tras el cableado, rótulos, perros callejeros, familias procurando ser gente feliz. Al llegar a la Cuesta Blanca, la vista se pierde hasta la “m” amarilla cercana al Monumento a la Marimba. Oscurece despacio, la luna debe estar de vacaciones. Inserto los puños en los bolsillos, le muestro los dientes a otros dientes, cierro el portón. Me repito: hoy cenaré té con pan.

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