Desde el lado de quien ataca y desde el lado de quien se defiende

Mi nombre es Myron Alexander Socop Arango. Es un nombre poco común, incluso problemático. Cuando tramité mi cédula de vecindad (cuando todavía se tramitaban cédulas de vecindad y no DPI), recuerdo que tuve que hacerlo dos veces porque escribieron mal mi nombre.

Mi nombre, además de ser poco común, también me ha permitido experimentar el silencio y la vergüenza que algunas personas sienten cuando pronuncian mi primer apellido. Vendedores, telefonistas de call center, secretarias de la universidad, funcionarios de gobierno, etcétera. Muchos de ellos hacen una mueca detrás del escritorio y me llaman con algo de temor «señor Arango».

Encuentro en sus gestos la misma vergüenza que me fue infundida cuando era niño, cuando me decían que Socop era un apellido de indio y que qué feo llamarse así, que mejor usara el otro. Cada quien puede hacerse llamar como bien le parezca y puede aceptar que otros lo llamen de ese modo indiscriminadamente. Mi caso me hace enfrentarme como individuo con el racismo imperante y todavía frecuentísimo en Guatemala.

Hoy considero que floto mejor, que he superado los miedos y prejuicios que me hacían negarme a mí mismo y que muchos otros aún no han enfrentado y no quieren o no pueden superar. De más está decir que Guatemala es un país complejísimo, quizá no el más complejo y difícil, pero a los guatemaltecos a veces nos gusta pensar que es el más complicado del mundo. Pensar eso ya es parte de la identidad nacional. (Lo que sea que «identidad nacional guatemalteca» signifique). Todos nos enfrentamos a situaciones que se van resolviendo o complicando dependiendo de la Guatemala que nos haya tocado vivir.

Recientemente se publicó en el diario oficial (Diario de centroamérica) el cambio de nombre del estadio Mateo Flores a Doroteo Guamuch. La reforma fue planteada por Benvenuto Chavajay, un artista plástico que desde años atrás preparó el proyecto concretado hace poco. Muchas personas pegaron el grito al cielo, justificando que hay cosas más urgentes en qué ocuparse que en el cambio de nombre de un estadio que ha visto más derrotas que alegrías.

Es un mero símbolo, y como símbolo tiene una importancia capital en el imaginario, en la conciencia colectiva. Nombrar lo que el racismo negó es un acto que revalora la memoria, encara la violencia, el miedo, el clasismo y el desprecio. Pensar que el olvido es más importante es retroceder, es perder dignidad, es dejar que el mal de ojo nos consuma mientras creemos que todo está bien. Asumirnos como seres humanos sensibles y empáticos es un proceso que nos tomará varias generaciones. Valorar lo intangible por su peso idiosincrático es vital para construir sociedades más justas, diversas y funcionales. El cambio de nombre del estadio es una victoria que debemos aprender a celebrar como se debe.

Publicado originalmente en
revista EsQuisses
Guatemala, C.A.

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