Para A
Nos sentamos bajo su árbol favorito. Me dice que le gusta imaginarse la película de la gente que pasa por la calle. Cada historia como una flor que del árbol cae y nos toca el cabello. No puedo quitar la vista de sus ojos marrones, claros como la miel bajo esta luz del trópico. No llueve y yo aprovecho para decirle que somos pedacitos de estrellas que, por casualidad o por conspiración, cayeron en este planeta para formar la biología que nos deja intercambiar miradas, algunas palabras, una flor de papel mientras dure este parpadeo en el universo. Somos un parpadeo, me repite, y yo quiero darle un abrazo.
La briza sopla y se nos acercan unas palomas, mariposas y mendigos. Estoy triste porque esta no es una historia que se cuente sola, este es un aleteo que hay que procurar para seguir sobre el día que hoy no parece triste. Hoy no es domingo lluvioso. Los domingos no me gustan, me dice, todo parece muerto, estático, gris. Cualquier día es triste, esta es la ciudad más triste del mundo. Ves pasar las multitudes y en ellos solo encontrás melancolía y cansancio. Pero hoy es diferente, hoy nos comemos un helado bajo su árbol favorito, nos reímos y de su pelo tomo unas flores y de su sonrisa ternura. Mi hombro roza el suyo. Hablamos. Este es el medio día más bello de mi vida. Me cuesta describir el naufragio que me provoca escucharla, es parecido a un espectáculo en donde el asombro te va matando hasta que las luces se apagan y solo queda la absoluta soledad, la memoria de dios.
Dejamos a su árbol querido. Caminamos en círculos, caminamos en equis, caminamos en eñe. Quiero tomarle la mano. No puedo. Los brazos se me caen a los pies y los pies se me hunden en el suelo. Soy un remedo de gente y ella imagina en estas calles otra ciudad más bonita. Me habla de las cosas que no le gustan, funge la mirada, se ríe. Los pliegues de sus gestos también me hablan. Llegamos a su casa. No entramos. Volvemos a caminar, damos vueltas, medias vueltas. Las patrias no existen, se inventan. Se hace tarde. Adiós, Álex. Escribíme. Quizá nos miramos el otro lunes. Un abrazo. Cuidate mucho. La puerta se abre. La ciudad es un ave que vuela.
La briza sopla y se nos acercan unas palomas, mariposas y mendigos. Estoy triste porque esta no es una historia que se cuente sola, este es un aleteo que hay que procurar para seguir sobre el día que hoy no parece triste. Hoy no es domingo lluvioso. Los domingos no me gustan, me dice, todo parece muerto, estático, gris. Cualquier día es triste, esta es la ciudad más triste del mundo. Ves pasar las multitudes y en ellos solo encontrás melancolía y cansancio. Pero hoy es diferente, hoy nos comemos un helado bajo su árbol favorito, nos reímos y de su pelo tomo unas flores y de su sonrisa ternura. Mi hombro roza el suyo. Hablamos. Este es el medio día más bello de mi vida. Me cuesta describir el naufragio que me provoca escucharla, es parecido a un espectáculo en donde el asombro te va matando hasta que las luces se apagan y solo queda la absoluta soledad, la memoria de dios.
Dejamos a su árbol querido. Caminamos en círculos, caminamos en equis, caminamos en eñe. Quiero tomarle la mano. No puedo. Los brazos se me caen a los pies y los pies se me hunden en el suelo. Soy un remedo de gente y ella imagina en estas calles otra ciudad más bonita. Me habla de las cosas que no le gustan, funge la mirada, se ríe. Los pliegues de sus gestos también me hablan. Llegamos a su casa. No entramos. Volvemos a caminar, damos vueltas, medias vueltas. Las patrias no existen, se inventan. Se hace tarde. Adiós, Álex. Escribíme. Quizá nos miramos el otro lunes. Un abrazo. Cuidate mucho. La puerta se abre. La ciudad es un ave que vuela.