Última memoria

El tiempo pasa muy rápido, un día estoy viendo el atardecer a la orilla del lago de Atitlán, todo el cuadro es una pieza enmarcable: el humo del cigarrillo, la niña que vende pañuelos típicos a la chanche de guate, la tranquilidad luego del fin del mundo. Al otro, estoy sentado en un aula, viendo videos motivacionales. «La vida es para hacer dinero, la selección nacional de fútbol es el mejor reflejo de este país, huevones los chapines que quieran vivir en Cuba»... Dicen los licenciados que nunca se sientan, nadie responde nada a sus aseveraciones. Estoy seguro de que este silencio es una modalidad de la ratificación y de la fe.

La semana pasada mataron a dos niñas y a su madre en Guatemala, saquearon las oficinas de AVANCSO, lugar de trabajo de una amiga querida. La indignación pega el grito en el cielo y cae. Mi madre dijo: que le dolió su corazón. El domingo, olvidó orar por los nuevos muertos. Lo sé porque la escuché temprano. Nuestros cuartos están divididos por blocks de concreto y vidrio. No me agrada demasiado pensar en que alguna vez ha oído mis orgasmos.

El país camina ciego y sin pies. Mis amigos hablan sobre los futuros gobernantes, hacen predicciones, y los oigo, puntualizo un par de cosas. Es de noche (otra vez), no puedo dormir, he bebido demasiado alcohol, alguien dispara al aire, las ambulancias nunca llegan, tampoco amanece, Xela está ahora a algunos grados bajo cero y el corazón de la gente a menos de cien.

Intento escribir esto, no lo logro; pongo otras frases que no fueron exactamente las que mi cabeza pensó pero usted lee. Molesto a mi hermana, me niego a ayudarla a redactar una conclusión. Estoy cansado de escribir, estoy cansado de hacer, estoy cansado de todo. Soy Guatemala, algo que no sé si es un país y que inexplicablente sigue con vida.

Inflamo mis tendones a cambio de pagos miserables, diseño volantes o tarjetas que derriban árboles, duran a lo más 10 segundos en las manos de alguien para después acabar en las alcantarillas de este gran pueblo. Oscurece y no es de noche. Una piara de adolescentes estacionan su carro cerca de mi casa, repiten lo que yo hice a los 14, o tal vez lo que yo hice a los 19. Alguien publica en facebook «Nunca estés con alguien que te quiera menos que yo». Recuerdo esa frase, se la dije a una mujer que amé en el 2011. Era de noche, estábamos en una casa que no estaba terminada construir, recién había llovido, yo lloraba mucho. Le he contado esa historia varias veces a mis amigos, de seguro nadie se recuerda. Ella no debe estar pensando en mí ahora, me ha quitado del facebook. Yo no pienso (en ella), solo escribo, soy un tipo que busca reinventar la paz estando solo. La paz se construye con bloques de tiempo muerto. La paz se construye con violencia. La paz es una falacia que el país inventó para saberse en un lugar.

Despierto, no hay tiempo de mirar el cielo, todo es evitar ser atropellado hasta llegar al lugar de la entrevista. El polvo se vuelve día y todo se tuerce. Olvídate de mí, oh mujer del Caribe entero en tus ojos, no conviene dejar cabos sueltos, no convienen las evidencias, hay que mantener un rostro pulcro, nadie debe saber que no somos peor que cualquier ser humano. Es tarde y tu nombre no es más melifluo, es tarde y viene siendo hora de retomar el cuaderno... Y la vida.

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