Cambio de Atitrack

Lago de Atitlán. Fuente: www.asgallery.tk

Llevo varias horas intentando escribir mi libro, el que publicaré este año. Procrastino como se debe; el Twitter, el Facebook, el correo, que un plugin para Gnome aquí, que una actividad allá, que hay que programar el examen de inglés en la U; y se me ha pasado buena parte de la mañana intentando concentrarme. Me pasa a veces, siento deseos irrefrenables de escribir y diseñar, hacer esas cosas por las que decidí vivir pero las distracciones me joden; por ejemplo, el acto mismo de estar redactando ésta entrada atenta contra mi productividad del día. Me invade un escalofrío incontrolable. Mañana las cosas podrían cambiar repentinamente o quizá todo siga igual y yo avanzo poquísimo. Aún pienso en J, gracias en parte, a las fotografías del Facebook. Pensarla de vez en cuando todavía es necesario para terminar el libro que un día prometí dedicarle. Espero de verdad, espero, se cumpla lo que dijo Arthur Miller: «La mejor forma de olvidar a una mujer es convertirla en literatura».

Hace dos semanas viajé a Atitlán con SG y CM; dos chavas que conocí vía Twitter. A la primera que conocí en persona fue a SG. Ella es una chica de 19 años, estudiante de medicina, me pareció una persona agradable, con gustos distintos, lejos de la locura Pop acaramelada que invade los cerebros de todos los patojos. Fue un sábado por la noche durante un concierto del Doctor Sativo en el Centro Cultural los Chocoyos. Llegó acompañada de su familia, pasamos una noche agradable, con buena música y sudor. A CM la conocí en persona en el frontispicio del teatro municipal, lugar en donde acordamos encontrarnos para luego ir a la proyección de una película en el CCAM. Esa tarde tuve que salir de una reunión para irla a traer porque yo estaba en el CIDEQ únicamente calentando una silla de plástico negro.

El viaje que hicimos a Atitlán surgió inesperadamente. CM me escribe un día diciéndome que ella y SG quieren asistir al Festival de música que se realiza todos los años en Santiago Atitlán. Olvidé mencionar que ella y SG son buenas amigas. La idea me parece muy buena y decido ir con ellas. La propuesta era, viajar en mi carro hasta allá y regresar el sábado por la noche, pero mi viejo auto ya no daba de sí por lo que salimos el sábado a medio día de Xela en un bus Marquensita con destino a la cuchilla, donde transbordamos hasta Panajachel. Al llegar a ese lugar, me invadió una sensación que sólo puedo comparar con eso que a uno se le revienta cuando termina de leer un buen libro. La calle Santander con su ambiente variopinto, sus aromas, sus colores; recordé la canción «Con las manos vacías» de Michel Peraza y en ese momento, noté algo curioso, en Pana se habla español, tz'utujil e inglés. Digo esto porque una mujer de traje típico dialogaba en inglés con una gringa sobre fotografías y su precio. Vaya ciudad cosmopolita la que cabe en una calle.

Decidimos abordar un bote con destino a San Pedro. Un lanchero logró convencernos acerca de no ir a Santiago, —allí los hoteles son muy caros— nos dijo. Decidimos pues, cambiar los planes. Efectivamente, al llegar a San Pedro nos hospedamos en un hotel muy económico (veinte quetzales por persona) y suficientemente cómodo para pasar un par de noches. De hecho, en San Pedro puede conseguirse alojamiento desde diez quetzales la noche, nos comenta un amigo Ingeniero Agrónomo que conocemos en un bar, donde la mesa de billar y la música en vivo le dan personalidad al sitio.

Es poco más de media noche, no fuimos al festival pero pasamos un sábado agradable entre comida, bebida y gente viviente. Vamos de regreso al hotel; en el camino, que antes hemos recorrido unas tres o cuatro veces, hay un pequeño local llamado «Miscelánea Judith», inmediatamente pienso en J, en el mensaje que me mandó a las diez de la mañana para que nos juntáramos a grabar un documentalito ésa misma tarde. Le respondí que no podría ir, que ya había programado un compromiso, que mejor me llamara la semana siguiente, cosa que nunca hizo. No me arrepiento de haberme negado a ir con ella. Sinceramente éste viaje me cambió la track y qué bueno que así haya sido. Observo a SG, se ve hermosa con su short, sus sandalias y la blusa verde. Algo dentro de mí colapsa. Le pregunto si tiene frío. Me dice que sí. Me quito la chumpa y la pongo sobre sus hombros. Es tan delgada y pequeña, una chica tan tierna como la propia palabra. Siento el deseo inminente de darle un abrazo y protegerla por una o dos eternidades. Al día siguiente partimos a las cinco de la mañana de regreso a Xela. Un pedazo de mí se va con SG para acompañarla en el turno que le toca cubrir en el hospital ése domingo.

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