Ahora amanece algo tarde
El presente se retuerce; nace varias veces y todavía, muere más veces. Diciembre anda con menos pellejo este año creo yo. Los vecinos ya no protestan por la bulla, ahora ella pasa adelante, toma café con todos a las seis de la tarde. A veces se queda, las hace de amante a falta de noviazgo y sus anexos. El frío es de guerra, tenemos guerra diaria y también, jugamos a la guerrita hueca, fusilamos de ojeada a los extraños, eso nos vuelve menos destructibles o al menos eso creemos. Las calles están llenas de todo menos de algo bueno. Es difícil disfrutar, hace tantísimo que le perdimos el sentido a esa palabra. “Disfrutar” suena como algo escrito por Hans Christian Andersen que nunca nadie leyó. Los domingos subo a asolearme, veo por encima de los techos. Los zombis de siempre andan por ahí, los basureros también fuman marihuana, los novios deben estar en la costa, ahora sólo hay tres gatos. Lo radioactivo de la tarde deja de tener efecto, hay que preparar algo de comer, en la tienda un periódico adorna el mostrador: “Accidente en Salcajá por exceso de velocidad”. Otro día abro y cierro facebook sin saber qué busco. Es un mal común de los sedentarios, no hay nada mejor qué hacer a parte de enfriarse el culo en la computadora.
Parece que esta ciudad no fue hecha para uno, o no fue hecha para mí en específico, y acá sigo, me hago click todos los días, camino, me hago preguntas que no importan, leo, escribo algunas veces, dibujo otras tantas, lo que el ocio permita. Intento textear, me limito a llenar una página del Writter, respondo un telefonazo que oigo lejanísimo como desde el otro lado del mar. Imagino que un ente dice: “Te oigo bien lejos, ¿en dónde andarás?" -Que en dónde andaré, vaya usted a saber-. Maldigo la pereza, la gran cabeza hinchada de sopor. Me agarra la noche estando fuera, hace frío y los niños juegan a balearse con cohetillos. El pueblo no está muerto, anda, camina, le faltan órganos, sí; igual que a sus habitantes, pero sigue su maldito camino a quién le importa donde.
Los apagones son más frecuentes, son deprimentes, quizá es un intento del universo por sacarme de aquí. No lo sé. Paso varias horas tratando de terminar una página de texto quedando más o menos. Sin embargo, la oscuridad abre puertas que no son visibles ni de día, ni de noche con candil o con luna. Todo es más “detallado”, todo más sensible, todo entra en una existencia más profunda y enigmática cuando es de noche, como decía Sábato en la magnífica apertura de Sobre Héroes y Tumbas. Y vaya que uno se reconforta viendo la oscuridad escupiendo cada pupila de ciudad zombi en un apagón. Escribir me hace sentir mejor, o me ayuda a lidiar con la soledad, cómo quiera verse a mí me da igual.
En una conversación que tuve recientemente alguien me dijo: “Es que, esta época del año no se repite”. Ninguna época del año se repite le contesté. Pareció asustarse, le entró nostalgia y luego pasó algo más que no recuerdo, pero no me lamento por nada, no soy partícipe del falso-lamento de los nostálgicos por su falso-pasado, y demás cosas que nunca conocimos y quizá ni conoceremos. Que hace falta el encanto de tal y tal, que ya no es nada como antes, que hace falta aquí y allá dicen los novo-abuelos. Hacen falta abuelos, eso me «alegra». No me hace falta un falso pasado y lamentarme por el futuro en ficciones para darle sentido a mis razonamientos. De cualquier modo, pensar en estos días tornasol de color rabia a color silencio, tiene al fin de cuentas un sentido armónico, casi bonito. Las vivencias y buenos recuerdos mantienen encendida mi nave espacial persiguiendo lo invisible. Es fin de año y para recuentos, serán otros textos. Por ahora creo que vale más salir, gozar los días raros, perecer junto al sol un rato, olvidarnos del rótulo de advertencia en la entrada a este túnel que es la vida.