«The Chronicles of Life and Death» (no es sobre el disco de Good Charlotte, no se confunda)

Araña de Jardín By Alex Socop

[Sábado en la mañana]

El día comienza parcialmente alegre, casi rozando lo perverso, mas no llega a ser lindo. Los estudiantes, catedráticos y demás especies de la fauna reptan fatigosamente por los pasillos de este edificio que se construye y destruye (o se remodela a modo de eufemismo) cicatrizando cada vez, de formas más grotescas.
Yo, como siempre, me cuelo por entre el vacio del retraso, cuando todo aquel relajo se marcha a las aulas y el lugar en rigor, «parece vacio» aunque soy consciente, que sólo es una ilusión óptico-auditiva. Aquí, la universidad, no es como algunos creen; no llega a ser un centro de adoctrinamiento masivo, más bien es un entorno raro, donde el sábado transcurre fundido al más tortuoso tedio junto a individuos enmascarados y el neón matizado.  En estas condiciones, uno se entretiene hasta con las arañas, semejantes a minúsculos montañistas pendiendo de un hilo, aventurándose a bajar desde alturas comparables con el Everest para los humanos, con no más ayuda que su propia astucia. 

A causa de mí sado obligatorio, he tenido que estar al pendiente de periódicos y noticias. Escuchar: Retalhuleu, Coatepeque o Sololá en la televisión provoca un temblor en la lengua. Supongo que al oír nombres de pueblitos de tu país en un canal dedicado a Estados Unidos, Europa y otros lugares que quedan bien lejos y son «más importantes» generan recompensas químicas en el cerebro.
Pero bueno, ¡Somos noticia!, no porque seamos muy buenos o hayamos ganado el mundial. No; somos noticia, porque han muerto muchos de los nuestros bajo quintaladas de lodo, bajo la bendita agua, bajo la irresponsabilidad. Culpar a terceros y cuartos no tiene sentido a éstas alturas;  al fin de al cabo, desde que prendimos el primer fósforo, bombillo o televisor nos convertimos en asesinos del planeta. La “masacre natural” aún no acaba, de hecho, según informes meteorológicos, lo peor está por venir y todo esto ocurre mientras nuestros dirigentes se contradicen y se pelean como princesitas idiotas. Sin embargo, esta «masacre natural» en poco se compara a la «matanza artifical» que diario acaba con mis guatemaltecos.            

Cuán difícil es para uno y para los amigos de uno, lidiar con la muerte de los queridos o cercanos que por buena o mala suerte se nos adelantaron a la huída de éste mundo. Te ponés a pensar que la vida es solo una sucesión de días sin garantía; que hemos aprendido a desperdiciar muy bien. Pero qué más da, a todo mundo le vale verga, ahora en septiembre (mes patrio) a todos les interesa más lo absurdo con propensión a espantar niños. La muerte vende, es el alimento más saludable y nutritivo para nuestros lectores analfabetas, sirve muy bien como vianda al morbo, «estructura fundamental de nuestra sociedad». De uno u otro modo, nos gusta jodernos, somos masoquistas por casualidad o algo así.

[Sábado en la noche]

Cuando vinieron yo aún estaba nervioso, aún no había publicado la primera parte de éste texto, aún estaba aletargado. El primer encuentro transcurrió tímidamente (como suele pasar), un beso frío, un «mucho gusto» cómodamente distante, actitud medio torpe. Tras un brevísimo protocolo, subimos al auto y no dirigimos al centro. Lugar habitualísimo en mis textos y en ésta ciudad. Hay una magia amorfa circundando las calles donde, alegres o no; conviven los quemaderos de basura tras el mercado central, los antros con música de moda, las rubias altas, patojones en BM’s, edecanes muy bonitas resguardadas tras la el hábito de maquillaje.

El Bar Tecún, es un hervidero de sonidos y conversaciones diluidas, de un lado los Simpson, del otro Kill Bill, encima un playlist variadísimo que nunca para de sonar y que, con suerte; puede complacer a casi cualquiera.

Entre las mesas circulan jóvenes chic o pretendiendo ser chic, una mesera de porte español, un ancianito de algún pueblo vendiendo alcancías al que sonreímos con ternura, lástima y gracia. 
Nuestra mesa es un ámbito ajeno al universo, estamos próximos a la puerta —será fácil escapar si hay un terremoto— reímos, jugamos con teléfonos y nuestra propia playlist al mejor estilo K-pop, hablamos un poco y disfrutamos de una pizza tan sabrosa como artesanal.Volvemos al auto al acabar la cena, pasamos entre cuerpos cool, miradas endiabladas y cabelleras parlantes. 

El parque está lleno del bullicio a feria, la independencia se celebra de la manera más incoherente en éste mi país. No obstante, los más festejan la libertad y todo parece transcurrir alegremente.
Nos movemos por calles de piedra, vuelvo a mi casa y despido a mis amigos, él: Hideki (amigo de años); ella: Ana Lucía (a quien acabo de conocer). Hago un último comentario antes de cerrar la puertezuela al tiempo que muevo la mano diciendo «adiós». Me encamino a la estación de trabajo, enciendo el PC, escribo, twitteo, veo la hora, me ahogo en la necesidad del desvelo, ahora; pienso, reflexiono, releo la primer parte del texto, retoco algunas cosas, agrego otras.

Por cierto… (Como suelo decir):

  • Hoy mi palabrería (lectura de «poemas»), fue menos que un canto de viento, al que interrumpí con canciones y pensamientos de miedo y tristeza. Más temprano hubo risas en el salón, algunos momentos felices, otros de perplejidad y ansiedad, encantos que ayudan a lidiar con la languidez sabatina.
  • Hace unos días el teléfono sonó estremeciéndome. Era Canek, con un mensaje de texto redirigido desde facebook, leerlo me animó.
  • A esta hora lo más seguro es que mi maestro de pintura ande por Miami, ojalá le vaya bien.
  • A ver que más depara la última semana del trimestre.

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