2022-04-23

Photo by: 楊芸嫃 Yang Yungzheng

Pertenecemos (o buscamos hacerlo) a un lenguaje, a una tierra, a sabores y aromas. Aun si esa pertenencia es una cicatriz que duele cada vez que roza con la vida, con lo que quedó y lo desconocido. Y aunque la distancia y el tiempo se expandan, buscaremos esos mismos colores, aromas y maneras bajo otro cielo, con otras palabras y sonidos. Así es como en cierto modo se replica un gentilicio, un lugar, algo que codifica aquello que se anhela. Taiwán es un punto de encuentro para muchas culturas en el sudeste asiático. No pocas veces sorprende encontrar experiencias inusitadas, algunas son verdaderos homenajes de las gentes que por siglos se han asentado en esta isla.

Decidimos reunirnos en la estación del teleférico hacia Maokong. Multitud de familias esperan junto a nosotros su turno para abordar. La zona sureste de Taipei está plagada de árboles y la vista desde lo alto es hermosa. Arriba, un globo multicolor se quema en medio del celeste infinito. La góndola se balancea. Nos ponemos de pie. Es solo el piso de vidrio transparente lo que nos separa del mar de árboles bajo nuestros pies. Esta vez no es el k’iche’ o el español lo que le da forma a las risas y  la emoción de mis amigos, lo que resuena en la cabina es inglés, japonés y mandarín.

La fundación del zoológico se remonta a 1914. Inicialmente fue creado en un terreno privado al norte de la ciudad durante el periodo colonial japonés. Después de la segunda guerra mundial el parque pasó a ser administrado por el gobierno local. A mediados de los años 70 se comenzó a planificar el nuevo zoológico, más amplio y mejor adecuado para la conservación de especies y el disfrute de las personas. Actualmente el zoológico de Taipei se encuentra en el distrito de Muzha, al sureste de la ciudad; comenzó su funcionamiento a finales de la década de 1980.

Iniciamos nuestro recorrido por el parque. Primero las aves, los animales de clima templado, los pingüinos, los lémures que parecen observarnos porque en un punto del recorrido somos nosotros los que estamos encerrados, no ellos. El calor y el verdor de la primavera en Taiwán me recuerdan a algún viaje familiar hacia la bocacosta del pacífico en Guatemala. Entre el zumbido de insectos del trópico feroz comencé a soñar con viajar muy lejos, con enviar señales desde la distancia.  Hoy esas señales llegan en forma de fotos, videos y texto. 

Me reconozco en los rostros de mis amigos, extranjeros que vinieron a Taiwán en busca de otra vida, a veces a manera de huida a veces a manera de encuentro o de esperanza. La condición de isla posee particularidades que se extienden a la cultura, la política, la sociedad. Quizá la más notable es la cualidad de refugio ante la pandemia. También para nuestra fortuna, en Taiwán antes se habla de la comida y no del clima. Así que en lugar de seguir andando nos proponemos ir a comer. Hurgamos entre las opciones que se ofrecen en el área de multirestaurantes. Finalmente me decido por los fideos con salsa de sésamo (調麻醬麵) y un refresco de carambola (經典楊桃汁).

A la hora de la comida nuestra charla discurre desde teorías sobre el poblamiento de América y la posible conexión entre asiáticos e indígenas americanos, hasta la similitud del plato de fideos que tengo enfrente con otro platillo muy famoso en Guatemala: el Pepián. La salsa que adereza los fideos está hecha a base de semillas de sésamo y semillas de calabaza (Sakil en idioma K’iche’) también conocida como pepitoria. Esta salsa es la base del plato que solemos preparar en casa de mis padres y es de mis favoritos en la comida guatemalteca. Les comento esto a mis amigos, entre comentarios de asombro y risas pasamos a otra cosa.

Hablar y compartir una comida es algo que suele diluir las tensiones y fortalece la convivencia. Ahora, al repetir el ritual del silencio, ese donde me permito visitar ciertos pasajes del alma que de otro modo son siempre inalcanzables bajo la bruma de las ocupaciones, me doy cuenta de que venir a Taiwán me ha transformado. En Guatemala se suele pensar en la distancia como unidad de medida del éxito y la nostalgia, aunque nadie está seguro de cómo medir eso. Mientras reviso las fotos de nuestra visita al zoológico, pienso en mis amigos, los muchos que la vida me ha dado y me sigue dando. En los paisajes que ellos han visto, en sus luchas y los recorridos enormes que nos trajeron a compartir este sitio un sábado cualquiera. Reconocemos nuestros silencios y nos reímos por una tarde.


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